¿Es la deflación un fenómeno perjudicial para la economía?

13 mar 2014

Una de las mayores preocupaciones de las instituciones políticas y monetarias en los últimos meses es la que gira en torno a la entrada en un proceso deflacionario; en economía, la deflación se define como la bajada generalizada y prolongada (al menos de dos meses, según el FMI) del nivel general del precio de los bienes y servicios. A muchos de nosotros podría parecernos chocante y hasta contradictorio que las instituciones lancen mensajes de preocupación y ejecuten ciertas políticas monetarias expansivas ante la inminente llegada de la deflación; en efecto, si el precio de los productos que adquirimos es menor, los ciudadanos podremos comprar una mayor cantidad de los mismos, reactivando de esta manera el consumo e impulsando la economía. 

Sin embargo, existen argumentos en contra de la deflación que, si bien en múltiples ocasiones yerran en su análisis, pueden convencernos de que efectivamente la deflación no es un fenómeno todo lo beneficioso que podríamos pensar como consumidores:

En primer lugar, porque ante la expectativa de reducción de precios futuros, los ciudadanos postpondrán sus decisiones de consumo hasta poder adquirirlos al menor precio posible, perjudicando a las empresas y generando menores beneficios, inversión y mayor desempleo. Este argumento es falaz por dos motivos:

Por un lado, porque no podemos aplazar la decisión de consumir o no ciertos productos a un período de tiempo posterior. Es decir, no podemos dejar de comer, de beber o de vestirnos (productos que, por cierto, tienen las mayores ponderaciones en el cálculo del IPC).

Por otro lado porque, a pesar de que ciertos productos no perecederos han ido reduciendo progresivamente su precio en los últimos años gracias al aumento de la productividad (por ejemplo, ciertos dispositivos electrónicos como ordenadores o móviles) o de la competencia (tarifas móviles en España), los ciudadanos no han esperado a que se redujera su precio aún más. Simplemente han acudido al establecimiento a adquirir el producto.

En segundo lugar, porque la deflación aumenta la carga de la deuda. Desde Irving Fisher, sabemos que el tipo de interés real de los préstamos se calcula en función de dos variables: el tipo de interés nominal del mismo deduciendo la inflación. Como la deflación es inflación negativa, el tipo de interés real será mayor que el nominal y, por tanto, la carga de la deuda será asimismo mayor.

El segundo de estos argumentos es el más preocupante. En efecto, el montante total de las deudas será exactamente la misma estemos ante un proceso deflacionario o no y, sin embargo, los activos del balance de las empresas se ven mermados por lo que, teniendo en cuenta la partida doble contable, el patrimonio neto de la compañía tiene que ser, por fuerza, menor. Además, la bajada de precios normalmente va acompañada de una reducción de salarios. Si nuestra renta disponible es menor, dejando las deudas constantes, la carga o el esfuerzo que tendremos que realizar para satisfacerlas será mayor.

La deflación también puede ser beneficiosa


Por tanto, ni toda deflación es necesariamente perjudicial ni toda deflación tiene las mismas causas. Es necesario diferenciar entre los diferentes tipos de deflaciones: la causada por el descenso de los costes como consecuencia de un aumento de productividad de alguno (o de todos) los factores de producción (normalmente capital y trabajo) y la causada por un descenso en la demanda como consecuencia de una recesión o un descenso en la renta disponible de las familias. 

Por ejemplo, durante la Revolución Industrial, y dentro de un régimen monetario de patrón oro, la productividad general de la economía, fruto de los cambios originados por las técnicas de producción y de modelos de transporte mucho más rápidos, aumentó de forma considerable. En este contexto, el PIB de EEUU creció un 4,5% anual entre 1870 y 1898, mientras los precios de los bienes y servicios de ese mismo país descendían un 34% en ese mismo período. Estábamos ante una buena deflación, que beneficiaba no solo a consumidores que pagaban unos precios más bajos, sino también a las empresas cuyos costes de producción se redujeron de forma notable.

En la actualidad, sin embargo, es evidente que no nos encontramos ante este escenario. En caso de existir deflación (todavía nos encontramos ante un proceso de desinflación, concepto diferente) nos encontraremos ante una mala deflación, puesto que el exceso de apalancamiento en el sistema consecuencia de un aumento del crédito por parte de los bancos está haciendo que muchas familias acaben destinando gran parte de sus recursos económicos a amortizar estas deudas, aumentando la carga de las mismas y provocando una espiral deuda-deflación de muy difícil salida.

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