¿Por qué son tan importantes los bancos en cualquier economía desarrollada?

12 ene 2014

Las entidades que peor suerte corren cuando se desencadena una crisis son los bancos y en general, todas las entidades financieras, no solo en cuanto a las pérdidas que tienen que registrar sino, sobre todo, en lo que se refiere la pérdida de confianza en su imagen corporativa por parte de sus usuarios y clientes. Los ciudadanos estamos buscando continuamente culpables a todos los problemas que nos azotan y en épocas de recesión económica son siempre las entidades bancarias los más señalados como desencadentantes de las crisis económicas, hasta el punto de existir voces que abogan por la total desaparición de la labor de intermediación financiera tal y como está concebida en la actualidad.

Si bien es cierto que, en muchas ocasiones, los bancos no han actuado de manera responsable gracias al auspicio y privilegios que les proporciona estar bajo el paragüas del Banco Central de turno, uno de las pocas instituciones de planificación central que todavía existen después de la caída del Muro de Berlín, no menos cierto es que, aún a pesar de las dificultades existentes, todavía siguen siendo agentes necesarios para el correcto funcionamiento de la economía. Pero, ¿por qué?

Casi desde que se comenzaron a dar los primeros intercambios comerciales, fruto de la división del trabajo y de la especialización, los agentes se vieron en la necesidad de diferir los pagos, sobre todo aquellos más onerosos puesto que, en muchas ocasiones, su renta disponible no era suficiente como para satisfacer su necesidad. Fue el comienzo de la actividad financiera. Desde el principio, se comenzó a ver que este modo de pago acarreaba numerosos problemas:

  • Por un lado, la persona necesitaba fondos que proviniesen de un agente que los hubiese ahorrado previamente. Es decir, era necesario encontrar otra persona que estuviese dispuesta a prestarnos a nosotros sus ahorros, con el coste de transacción que eso podía suponer.

  • Sin embargo, aun encontrando a esa persona, ésta no siempre iba a estar dispuesta a prestar su dinero si no contaba con la garantía de restitución de sus ahorros. El crédito (aquí nace la palabra) del prestatario era esencial para que se realizase el intercambio financiero. En muy pocas ocasiones, el prestamista iba a renunciar a sus ahorros si consideraba que su potencial deudor podría llegar a ser insolvente. 

  • Además, se podía dar la circunstancia de engaños en cuanto a la solvencia o liquidez de un determinado agente debido a la existencia de información asimétrica. En efecto, una persona perspicaz que pudiese conocer las características de su contrapartida podía ocultar sus riesgos de manera tal que a simple vista pudiese parecer una persona con una economía saneada y en la cual se podía confiar cuando, en realidad, no era así.

Para salvar estos problemas, nacieron unos agentes llamados intermediarios financieros. Su función principal consistía en la captación de recursos económicos por parte de los ahorradores para financiar las inversiones de aquellos que tenían déficits de fondos. Estos intermediarios asumían el riesgo de insolvencia del deudor y garantizaban que una persona pudiese acceder a la financiación que requería en el tiempo y forma que demandaba, eliminando de esta manera el coste de transacción derivado de la necesidad de encontrar una contrapartida. Estos intermediarios reclamaban un precio por la renuncia a estos recursos económicos y por el riesgo asumido, llamado tipo de interés, que sería tanto mayor cuanto mayor fuese el plazo de devolución del préstamo y el riesgo asumido (la famosa prima de riesgo). 

De este modo tan resumido nacen los intermediarios financieros, que ahora todos conocemos por bancos. En la actualidad, su función consiste en captar pasivos en forma de depósitos a la vista o a plazo fijo, pagando por ellos un tipo de interés, y utilizar estos recursos para conceder financiación a los agentes que lo necesiten. El diferencial entre los tipos de interés constituye el margen de intermediación, y es, junto con las comisiones, el concepto de mayor importancia en la obtención de beneficios de toda entidad financiera.

Para valorar correctamente su importancia, simplemente pensemos en la cantidad de infraestructuras  (carreteras, colegios, redes de transporte ferroviario, hospitales...) que se han construido gracias a la canalización de recursos económicos ahorrados hacia la financiación de proyectos de inversión merced a la actividad de estos intermediarios financieros. Desde luego, es difícil pensar que este tipo de obras se hubiesen podido pagar al contado.

En la actualidad, los intermediarios financieros juegan tienen cada vez más un papel más protagonista en el mundo económico. En muchos países desarrollados, el volumen de fondos controlados por estos intermediarios supera con creces el PIB y sus competencias han traspasado fronteras gracias a la globalización y al desarrollo de la tecnología. Sin embargo, su irresponsabilidad en la valoración de riesgos al conceder créditos y su parte de culpa en el desencadenamiento de las crisis financieras les han puesto en el centro de las críticas de numerosos ciudadanos y analistas políticos y económicos.

No obstante, su importancia para el correcto funcionamiento de la economía sigue siendo, a día de hoy, mayúscula y, para muestra, la cantidad de ciudadanos y empresas que se quejan de la falta de financiación. Ahora bien, que el crédito sea esencial para el correcto funcionamiento de la economía no es sinónimo de que cuanta más deuda haya en circulación más eficiente será la economía. Antes bien, es necesario que la deuda se encuentre en unos niveles razonables, cosa que desde que estallara la burbuja crediticia nunca ha ocurrido. De todos modos, las razones de estos problemas son bastante diferentes a la mera existencia de estos intermediarios financieros, aunque eso será harina de otro costal.

 
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