La guerra de divisas, o cómo empobrecernos todos al mismo tiempo

19 feb 2013

Quien más quien menos ha oído hablar de la competitividad como solución a todos los problemas de la crisis a escala planetaria que con tanta virulencia nos ha golpeado. Tenemos que competir contra todos los países, tratando de colocar nuestra producción en aquellos agentes extranjeros que nos lo quieran comprar para, de esta manera, equilibrar nuestra balanza comercial y pasar a ser prestamistas netos con el resto del mundo, reduciendo nuestra elevada deuda privada.Y es cierto, tenemos que hacer que nuestros productos sean atractivos para los habitantes de otros países, y todo ello pasa por reducir su precio, pero ¿cómo hacemos esto?

Pues bien, una posible opción pasa por debilitar las monedas. De esta manera se consigue abaratar nuestros productos y servicios en relación con los productos y servicios ofrecidos por el resto de países. El proceso es simple: bajo mi tipo de cambio de manera artificial mediante una mayor flexibilización de mi política monetaria, lo que reducirá el precio relativo de todos los bienes y servicios del país y, por lo tanto, mis productos serán más atractivos para el extranjero. Todo parece sencillo salvo por un pequeño detalle: que todos los países buscan salir de la crisis mediante la misma fórmula, lo que hace que el efecto sea neutral. Ya lo decía mi profesor de matermáticas: menos por menos es más.

Pero no solo las economías en recesión se están sumando al carro devaluatorio. La masiva entrada de flujos de capital en países como China e India, cuyo sistema productivo se basa en gran parte en las exportaciones, hace que sus monedas se aprecien, lo que les lleva a tener que competir con los países en los que la política monetaria está siendo más flexible, como Estados Unidos o Japón, y opten por una debilitación de sus respectivas monedas con el objetivo claro de mejorar la competitividad pérdida. Vamos, nos encontramos en una guerra de divisas en toda regla.

Sin embargo, no todos los países se han subido al carro de la flexibilización monetaria. El Banco Central Europeo no se ha sumado a esta guerra, lo que hace que el euro se aprecie y nuestros productos sean relativamente más caros en comparación con el resto de países, debido sobre todo a las diferentes políticas fiscales llevadas a cabo en los diferentes países que componen la zona euro. 

Las consecuencias derivadas de esta apreciación conllevan la aplicación de mecanismos de corrección y equilibrio a nivel interno en cada país para contrarrestar este efecto, lo que comúnmente se llama devaluación interna y que por lo general se materializa en unos menores costes de producción, que si tenemos en cuenta las continuas subidas de los impuestos y del precio de la energía, todo ello se traduce en unos menores costes laborales, o lo que es lo mismo, unos salarios menores.

Si a todo ello sumamos los efectos negativos que tiene una devaluación de moneda sobre los ahorros (tras la devaluación, las rentas del trabajo y los ahorros se reducen automáticamente), nos encontramos ante una situación de empobrecimiento a escala mundial. Lo que, en definitiva, consigue la guerra de divisas no es empobrecer al vecino, si no empobrecer a todos los países al mismo tiempo. 




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